miércoles, 12 de agosto de 2009

ESTADÍSTICA PARA DUMMIES

No es posible que la inmensa complejidad del mundo pueda resolverse con una fórmula. Menos aún, conceder a una cifra decimal autoridad para dictaminar sobre gustos y preferencias, NSE, o para pronosticar una conversión al vegetarianismo en dos meses. Nada está dicho y nunca se sabe, para ir entendiéndonos, señora estadística.

En el origen de esta desavenencia está Malthus -Thomas Malthus-, economista inglés que a fines del siglo XVIII parió una obra que puso los pelos de punta a medio mundo. En su Ensayo sobre el principio de la población, Malthus lanzó una profecía aterradora: dado que la gente se multiplicaba en progresión geométrica y los alimentos de forma aritmética, la humanidad estaba condenada a morir de hambre. El cuento, que ha sido desde entonces un caballito de batalla para la inefable comunidad roja -que sigue perorándolo a pesar de su completa invalidación-, siempre me pareció innecesariamente alarmista, como me sigue pareciendo alarmista y disparatado todo vaticinio del fin de nuestros días sumidos en las peores calamidades.

Pero hay razones que con igual tenacidad forjaron resistencia a la ciencia matemática y afines. Tercero de secundaria y la pesadilla de un álgebra indescifrable bajo la dicción rumiante del profesor Gálvez, físico ayacuchano capaz de llevar la autoestima del negado a los números a punto de suicidio. Al borde estuve cuando hizo público escarnio de mi capitulación ante un ejercicio en la pizarra. Solidariamente un compañero sugirió cero cinco ante la demanda del maestro de ponerme nota; pero éste, sin un ápice de conmiseración, dijo riéndose a mandíbula batiente que merecía un cero más grande que la Tierra. Vivo gracias a que repelí el ataque con una invectiva que dejó la cosa a mano.

Me creía librado de números y fórmulas después de azarosos encuentros con ellos en las aulas universitarias. Pero vida sin sorpresas no es vida; es matemática pura. Seré breve: un curso de estadística para negocios estaba inscrito en el primer módulo de la maestría que me encuentro estudiando. Primera reacción: estremecimiento, duda, el martilleo de haber elegido mal. Primera sesión: confirmación de la primera reacción. SPSS, programa absolutamente desconocido, nos gobernará durante 30 horas. El acecho del error fatal -el cero- en el momento de anotar cada dato, de confeccionar cada cuadro. Mierda, ¿es que el mundo no puede interpretarse de otra manera?

Quince horas después, la rebeldía, la rendición. Desaprobaré, no lo estoy imaginando, los dos primeros exámenes me lo dicen. Y así es, al final no cuento con lo necesario para celebrar. Sólo la intervención salvadora de una colega hizo posible que ahora exhiba en mi registro un 13 (la nota aprobatoria mínima) y que -tengo fe en la corazonada-, piense feliz que mis tormentos con los números son al fin historia.










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